El 4 de diciembre de 1971 en el Estadio Nacional de Chile, el presidente Allende, ante más de 70 mil personas señaló su voluntad: "Se los digo con calma, con absoluta tranquilidad. Yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado, pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la hisroria y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré 'un paso atrás; que lo sepan; dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera. Que lo sepan, que lo oigan, que se les grave' profundamente: defeneré la revolución chilena y defenderé el mandato del gobierno popular, porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrían impedir la voluntad, que es cumplir el programa del pueblo".
Ahora, mientras contemplamos que un estadio remozado acoge la Copa de América, donde el futbol, espectáculo que concentra a foros y aficionados que se dan cita para ver a sus jugadores y corear cánticos y la publicidad de bancos españoles, chinos y multinacionales se adueñan del entorno, es el momento de reflexionar. Pedir responsabilidades a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad y son protegidos por los gobiernos que han dirigido el país desde 1989. Su amnesia política y su conducta rastrera siguen siendo la moneda e cambio. Sería bueno que en la sesión de clausura de la Copa de América se hubiese guardadi un minuto de silencio por las víctimas de la dictadura, cuyos gritos de dolor siguen presentes no sólo en la escotilla ocho, sino en todos los rincones del estadio.
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